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Wednesday, February 04, 2015

JORGE TEILLIER, SEGUNDA EDICIÓN 2014

"JORGE TEILLIER"  SEGUNDA EDICIÓN (2014) REVISADA Y AUMENTADA
Bellísima portada que refleja la nostalgia del poeta. Es la imagen de la instalación  de la artista Claudia Tapia, que recorrió Valparaíso, La Ligua, Temuco y Lautero, el 2013.

Contraportada del libro.

Es una edición bella y cuidada, de 300 páginas, con nuevas fotografías y colaboraciones. Jorge ha respondido, en 1988, a las 180 preguntas que se le formularon en búsqueda de su escritura secreta y de la formación de su espíritu. Es, en consecuencia, el texto más completa sobre la vida/obra de este inolvidable poeta chileno. Recomendado para los escritores en formación, para estudiantes de literatura y para académicos del ramo. Para el público en general, el ingreso a una agradable experiencia vital.
Para adquirir este libro, dirigirse a buenas librerías chilenas, o solicitarlo a Ediciones Universitarias, calle 12 de Febrero 187, Valparaís, fono (32) 2273087. En último caso, al autor del libro,  correo:  ortegap1932@gmail.com






Friday, January 16, 2009

TEILLIER Y SU CAUDAL PSICOLÓGICO

“Lo que importa no es el carruaje
sino sus huellas descubiertas por azar en el barro”.
JORGE TEILLIER (Del poema “Los dominios perdidos”)

Seguramente a un sicólogo o a un siquiatra le interesaría más el “carruaje”. Pero no somos profesionales de esos campos: tal vez somos escritores y queremos recorrer el camino del poeta. Otros llegarán al carro antes o después. Juntos, completaremos tonalidad, líneas y fondo del cuadro, seguros de que, apartando la tristeza de percibir sólo una sombra flotando sobre aquello, nos inun-dará un sentimiento extraño, mezcla de admiración por tanta belleza recibida y de gratitud por lo que hizo con el arte un hombre sencillo y generoso.

En algún lugar hemos citado el “doble lenguaje” del poeta Teillier. Nada más indicativo que el conjunto de esos dos versos del epígrafe. Si en algún instante sonambulesco hubiéramos leído esas dos líneas sin saber de autor ni de nacionalidad ni de su ubicación geográfica, habríamos quedado igualmente pensativos ante ese hallazgo. Como imagen, esos versos son bellos e inquietan-tes. Casi constituyen un poema, un haikú. Pero, igual que las “dobles palabras” de un viejo sabio o-riental, construyen una metáfora sobre el ser humano digna de enclavarse en la memoria.
Allí está todo Teillier. La visión de sí, como de algo que lleva o es llevado, y la secreta aspiración de que un espíritu selecto se sorprenda ante unos textos cuyas marcas perviven a pesar de los grandes fenómenos naturales. La autocomplacencia, hija de la buena vanidad, es, por cierto, un motor enérgico de la creación en el arte (¿y en la vida?). “Ser poeta significa expresar, en su más elevada potencia, los conflictos interiores comunes a la humanidad”.Lo dice un sicoanalista. Ste-kel.
Uno de los aspectos visibles en la conducta del poeta Teillier, es su adicción al alcohol. Vicio que lo postró en clínicas y hospitales cuatro o cinco veces. Eso le confirió una cierta aura de ángel negro y, a la vez, un tono romántico como de poeta maldito en su ciclo perfecto. El asumió su mal como una vestimenta necesaria, como una capa versallesca y distinguida. No quiso otra cosa para cubrir su desnudez. Hizo alusiones directas tanto en la prosa (“Confieso que he bebido”, El Mercurio, Santiago, 07.11.80, recostándose irónicamente en un título original de Neruda) como en el verso. En ese artículo, desafiante, cita a Hölderlin: “Los poetas son ánforas sagradas / donde se guarda el vino de la vida”. Con su típico aire socarrón y lúcido, acota de inmediato: “Claro que las ánforas terminan a veces de romperse prematuramente”. Ya entrando en materia, apunta para que no queden dudas sobre el origen de su preferencia : “Confieso que he bebido desde mis tiempos de estudiante de Liceo en la Frontera. Uno empezaba a probar la inocente chicha dulce de manzana... Se seguía con la malta con huevo o harina (por sus virtudes alimenticias) y en el verano con la pílsener y el ‘clery’ por sus virtudes refrescantes. Y aunque el estudiante anduviera con pantalones cortos –que por aquellos tiempos se llevaban hasta los quince años- siempre estaba el recurso de acudir a un ‘clandestino’, donde se expedían bebidas alcohólicas en la trastienda de una frutería o almacén...”
En verso, las autoreferencias en la materia son múltiples.
Ahora bien, está perfectamente establecido que el alcoholismo es una enfermedad. Los motivos por los cuales se adquiere este mal son múltiples, desde los genéticos hasta los meramente sicológicos, pasando por la anulación de las diversas escalas volitivas. En algún momento, paseamos por los bellos lugares del fundo “El Molino del Ingenio”, con Patricio, un sicólogo que conocía profesionalmente el “caso Teillier” y, pese a nuestras inquisiciones anunciadas, no entregó diagnósticos ni antecedentes publicables. Sin embargo, el “silencio de los inocentes” habla. Más explícitas son las confesiones de Carlos Mellado, muy francas y reveladoras.
Algunas de las causas del mal, a nuestro modo de ver, provienen del placer. El placer es uno de los motores que condicionan la conducta de los individuos. Y está la regla freudiana sobre el cultivo a temprana edad de factores que incidirán en conductas posteriores. El placer del autode-terminismo fuera del hogar, el encuentro de un clima cálido al interior de las tabernas, el goce de acercarse al peligro, el descubrimiento de sensaciones nuevas en el mareo y en la soltura de la imaginación y del lenguaje -el “atrevimiento” sea dicho-, y acaso la liberación de ciertos tutelajes “fastidiosos” con ligazones al interior del hogar, han provocado, sin la menor duda, un enorme placer en nuestro sujeto. A partir de ahí, el peligro de adquirir paulatinamente la enfermedad es muy alto porque no siempre se le opondrá la voluntad de cambio o el cambio decisivo que provenga del exterior. Aquel joven de los años 50, dueño de una libertad sin restricciones al parecer, encontró un hábitat compensatorio en aquel paraíso inefable que siempre añoró. Digamos por esta vez: los paraísos perdidos de Jorge Teillier no son pura inocencia; tampoco, ingenuidad.
Muchos jóvenes salen de esas pendientes amenazadoras pero él tuvo un motivo de interés para no hacerlo. En esos pueblos del sur, había acariciado el encanto y la magia de las energías intelectuales liberadas por el encuentro con la poesía. Su inteligencia natural le hizo descubrir el universo maravilloso que no está en ninguna otra actividad terrestre. A la forma de Arthur Rimbaud. Por eso, en el recuerdo de Nostradamus, el niño Jorge quiso “ser Rimbaud”. Reforzó tal posicionamiento el hecho de publicar muy temprano versos y prosas en un diario local; esta situación le concedió privilegios y preponderancias sobre sus amigos de la edad y, encima de eso, admiración de sus padres, maestros y otros familiares inmediatos... sin contar con la rendición secreta y pura de alguna niña. El puso su inteligencia para realzar la coronación de una Reina de fantasía y realidad, hecho que concedió al “poeta laureado” un prestigio envidiable dentro de la comunidad. En esos Años de Oro, no como ahora, las lecturas literarias abrían un mundo desconocido a mayores, jóvenes y pequeños. La poesía era en sí un elixir, una droga secreta y perfecta como la savia de la mandrágora, que elevaba los espíritus para conectarlos con Gustavo Adolfo Bécquer, Gabriela Mistral, Amado Nervo, Pablo Neruda, José Asunción Silva, Víctor Domingo Silva. Cada uno de ellos, sacerdotes del dolor, iniciados en filosofía de la existencia, impulsores de la mística y de los sentimientos patrios (los entendibles en la época), liberadores del sutil agapé del amor. Se recitaba en los salones así como se tocaba piano. Grandes eventos en teatros santiaguinos y provincianos, repletos, eran los recitales de Alejandro Flores, de la uruguaya Berta Singerman. Por los 50 apareció en Chile el español Rafael de Penagos, que desbordó el éxito por su estilo fino y teatral para inundarnos de García Lorca. Repetimos, ser “poeta laureado” era colocar gloriosamente una corona griega al joven que superaba la timidez y el estado de incomunicación. No fueron otras las fuerzas determinantes que catapultaron a poetas como Neruda (dos veces), Braulio Arenas, Teófilo Cid y Enrique Gómez-Correa (y no citemos más porque la lista es ingente y hasta nos puede delatar). Tal vez el último “fenómeno” de esta categoría sea el propio Jorge Teillier.
Una vez liberado como un salmón dentro de la corriente intelectual, cuyo premio (o desove) es la creación, el poeta de La Frontera , no pudo -o no supo- adaptarse a los convencionalismos de la vida social, identificándose perfectamente con el sino determinista de los grandes artistas. Fenómeno reconocible en los auténticos iniciados del pensamiento, la ciencia y la poesía; potencias consideradas como eje de todo fenómeno de búsqueda en el alma.
Habiendo adquirido el mal del alcoholismo, no quiso superar la enfermedad aun cuando varias veces lo liberaron de la muerte y la postración. Estos regresos fueron tomados por él, en apa- riencia bastante razonable, como tributos a la calidad de su persona (valioso poeta, dulce y tierno de carácter, seductor natural), sin medir la responsabilidad de que, a través de esas puertas abiertas, podría acceder a labores sustentables y, acaso, a un renovado esplendor en su capacidad de generar textos literarios en la poesía, el ensayo o la historia. Son muchos los escritores recuperados del alcoholismo, tantos como aquellos que sucumben en la flor de la vida, como Renato Cárdenas o Teófilo Cid.
La enfermedad, genéricamente, provoca desaliento e incapacidad consciente para actuar con las coordenadas naturales o correctamente cultivadas. La tendencia normal es liberarse de ella a través del tratamiento médico, la sanación natural o la voluntad. Gómez-Correa, después de estar desahuciado, yerto físicamente por el cáncer, volvió a caminar, gozó de diez años de admirable lucidez mental, plena capacidad de pensar, soñar y escribir: sus obras más equilibradas, y tal vez más bellas, son las de este período final. Pero es evidente que la vida afectiva y la base económica del poeta surrealista fue superior, infinitamente, a la de Jorge Teillier. El alcoholismo suele consti-tuirse en refugio de aquellos que sufren de carencia afectiva, aquello que es el no “poder dar” y el no “apreciar en su valor lo que se recibe”. Además porque el don de la voluntad les fue avaro. Un vistazo rápido a las características faciales y craneanas de estos dos poetas, evidencia lo que es congénito en ellos: rasgos definidos y fuertes en uno y suaves y débiles en el otro (principalmente mentón). Los une, sí, una gran capacidad de masa cerebral. Ambos, dueños de memorias prodigio-sas. En consecuencia, hay personas, no sólo por las apariencias físicas, que renuncian a los códigos y deberes sociales porque la enfermedad, cualquiera que sea su índole, se transforma en un refugio. El problema es muy profundo y pertenece al reino de la siquiatría. Sólo ella, y si el individuo lo quiere, puede recuperarlo para la vida normal (léase convenciones occidentales para el caso). Lola Hoffman supo del período post-Arguedas y de las causas que el mismo poeta generó.
Existe la noción de imperio de los muertos (W. Stekel) y se puede aplicar al caso Teillier, con su nostalgia enfermiza –dicho sea con dolor- del paraíso perdido, eso que todos sus exégetas citan con un tono ingenuo y superficial. Dicho maestro, de la escuela vienesa, es muy perentorio y exacto: “Porque los hombres ignoran que la muerte es solicitada como libertadora de toda esclavitud. No tienen el coraje necesario para reconocer ese pensamiento egoista...Devienen como jueces de su falta, crueles y exigentes, excediendo al más endurecido de ellos. Se privan de satisfacer sus anhelos después de haberlos ambicionado tanto”. Dramático, perspicaz, pero intachable. Porque también el sicoanalista ha planteado: “El que se refugia conscientemente en una enfermedad, es un simulador. El que no adivina el motivo secreto de su enfermedad síquica es un verdadero enfermo.¡Y, a pesar de eso, un simulador!”. Para ajustar el dogma a Jorge Teillier, diríamos que, en efecto, fue un simulador compulsivo e inocente.
Nadie sabe si a este producto del corazón chileno del siglo XX, lo estamos contemplando como un objeto de museo o como el pilar de un nuevo amor por la literatura. Y de eso deben cuidarse, más que nadie, los periodistas. Graciela Romero y Ana María Larraín ven al poeta “como eterno perdedor”. En verdad, hay más de un mundo en la tierra. Lo común es ver uno sólo, el que nos puede dar prestigio en las relaciones. Citamos al estrado a Novalis: “El artista se levanta sobre el hombre como la estatua sobre el pedestal”.
Es tan importante la nómina de grandes poetas que están del lado de la muerte que parece no tener relevancia su desprecio por la vida. Esta actitud podría ser puramente masculina, si no lo hubiera desmentido una mujer tan grande como Gabriela Mistral. Hay pocas como ella. Lo que en verdad pierde sentido para estos seres tan especiales es el valor de los objetos y las “leyes morales”, ya que al transgredir los valores establecidos por la tribu se instalan como visionarios o como chamanes. Teillier:

“Veo sin temor
la canoa negra esperando en la orilla”
(Poema “XXIII”, año 1964)

Gran desesperanza cuando es hombre de 29 años. Las huellas del carruaje en el barro no quedan al descubrimiento del azar. Están sus versos, sus confesiones. El poeta, de siempre, tuvo clara comunicación con su alma, al estilo de Novalis, de Artaud: sin artificios. A los 17 ha publi-cado en el diario local (Victoria) el poema “Habitante del sur”,de donde espigamos:

“Aquí vivo. Transcurro entre los días.
Dejo correr mil voces. Pongo mi rostro al puelche.
Esta es mi vida. La dejo que se vaya.”
...
“Penetro en las cantinas de lóbregas presencias,
donde turbias miradas contemplan las botellas.”
...
“Y a veces, en la tarde, mi corazón se llena,
como el cielo del sur de cenizas y polvo”.
...
“Pero si todo vive, ¿a qué tener recuerdos?”.

“Da escalofríos leer ese verso que atravesó la conciencia, como si fuera el licor de toda su vida futura: “Pero si todo vive, ¿a qué tener recuerdos?”. Refleja una desesperanza, refleja una intención de fuga para no afrontar el presente; refleja una incapacidad de amar profundamente, como respuesta a ese amor que no tuvo en la infancia.”
Si estamos con el Novalis (1772-1801) de “Poesía es la representación del alma, del mundo interior en su totalidad”, debemos aceptar el conflicto secreto de ese adolescente que escribe en el sur. Sobre todo si el romántico alemán también expresó en forma lapidaria, sin ser jamás desmen-tido: “La poesía es la realidad absoluta”.
En todo joven, entre los 14 y los 16, según la calidad de su estructura afectiva, se produce una crisis de identidad. En esa etapa, nuestro estudiante estuvo alejado de su familia. Vivía en una pensión de Victoria. Dice que todos quienes le rodeaban allí, estudiantes y profesores, y la gente de esa casa, eran “como” una gran familia. Pero “Y con la propia, sólo pasaba las vacaciones”. Al re-troceder un poco más en su biografía, él mismo cuenta lo siguiente (Ver Cap. 1.2 ): “En alguna parte escribí que ‘no hay infancia feliz’. Siempre junto a una infancia está el Angel Bueno y está el Angel Malo, están la dicha y el terror, están el entusiasmo y el aburrimiento. Curiosamente, recuerdo mucho el aburrimiento que yo tenía en la infancia y lo largos que hallaba muchas veces los días”, “Mi relación más estrecha fue en un principio con una hermana muerta, que no conocí. Yo tenía un año y medio. Entonces, crecí tres años escuchando a mis padres hablar de la ‘hermana muerta’, o cuatro, hasta que llegó otra hermana”, “Creo que la angustia fundamental, o la no superada, es la angustia de tener que morir. La sentí de niño pero yo la aceptaba como algo natural. En cambio, ahora, me parece antinatural. Una angustia que me vuelve ahora porque hallo que es tan sin sentido vivir como estar muerto. Entonces, no puedo superar esa contradicción”. Con estos rasgos, se está configurando una nueva radiografía, un caudal sicológico que, para nosotros será siempre incompleto. Resta la sección más delicada: es aquella que sólo podemos re-ducir a preguntas sin respuestas: ¿En qué influyó en el niño Jorge Octavio la depresión de su ma-dre? ¿Y esta alteración síquica, de qué orden fue? Cuando don Fernando Teillier efectuaba sus recorridos profesionales por los pueblos de la región, ¿por qué llevaba a su hijo y lo dejaba solo en luga-res extraños, residenciales, plazas, restoranes, horas y horas? Sin duda, este niño fue escindi-do de un hogar estable, de un hábitat, de la seguridad de un techo familiar. Y aunque fue el hijo mayor, el consentido, el “hombre de la casa” como él lo dice después, no sabemos si con ironía o no, algo se rompió en la seguridad de su infancia.
Otra característica externa –que por cierto proviene de lo interno- es lo que literariamente corresponde a la nostalgia; en este caso, según lo hemos dicho al paso, a una nostalgia enfermiza. El romanticismo como el espìritu místico, suelen ser una sola cosa. Y ambos, como en numerosas biografías de artistas, suelen tener raíces tortuosas. En este aspecto, no podemos menos que recordar y coincidir con otras opiniones muy duras, drásticas, pero no menos importantes. Martín Cerda, aquel notable ensayista clásico, tal vez el mejor que hayamos tenido en el siglo XX, escribió una breve nota (“El amor al pasado”), donde trasunta, como en todos sus escritos, la rigurosidad adquirida en La Sorbonne junto a importantes maestros y a un medio cultural de excepción. Ese lenguaje, sin pausa, apretado, enriquecido de citas impostergables porque así se desenvuelve un ver-dadero pensamiento esencial, le permitió a su autor, en un reducido espacio de la página, mostrar la estructura de problemas tan arduos como el que nos preocupa. “El amor al pasado del nostálgico es, en rigor, la máscara de un temor u horror al curso cambiante de la historia que le toca vivir como presente. Es el amor pervertido al tiempo momificado, mitificado y mistificado de todo aquel que, en último trámite, odia y teme al tiempo en que realmente vive”. Es cierto, este escrito pertenece a un tiempo de dolor en nuestro país; sin embargo, entendemos también el “doble lenguaje” de Martín Cerda; y su párrafo nos atrevemos a hacerlo igualmente incisivo aquí. Como que lo refuerza su admirado Theodor W. Adorno: “El amor al pasado se asocia muchas veces al rencor del presente”.
Desde un punto de vista sicoanalítico, el fondo de la poesía que estamos tratando es de-presivo. Dejemos la belleza a un lado. Hemos visto que la fuente de esa neurosis es anterior a la edad de los quince, porque así lo reflejan sus poemas iniciales. El nudo está en la infancia, de acuerdo a códigos bastante normales. Lo que ocurre en su biografía, posteriormente, tal como fue interpretado en “Teillier y la sociedad contemporárea”, es la aparición de situaciones anómalas que dejan al débil ser humano sin querer salir del hoyo cavado como trinchera. Ha perdido el contacto con sus hijos, se suceden los fracasos matrimoniales (años 60 y 70), el establishment de la república se derrumba, se quiebra la Universidad, la opresión cae sobre las clases media y obrera, y se modifican las costumbres hasta la forma de ser de cada individuo. De allí para adelante, su refugio está en la pareja que no lo abandona jamás, quizás como una madre, porque el refugio contempla techo, comida y vestuario. Sin embargo, su ubicación personal en el universo pierde sentido y su ca-pacidad de reacción para elevar su autoestima es cero. En consecuencia, su verdadero yo, ese espíritu contemplativo, a veces mordaz, se encapsula. Su única válvula es el arte. Una y otra vez su visión es la nostalgia de una infancia lúcida pero solitaria, clavada en la memoria, grata porque se creó autocomplacencias intelectuales. A poco andar, sus lecturas crean un enorme panel de imá-genes y personajes en torno a esa vida privada, todo lo cual hace madurar el mito en sí. Lo que es ajeno ahora le pertenece. Su yo se enriquece con esos bienes extraños. Es avaro. Pero la pasividad, en un mundo cambiante, lleno de energías a pesar de todo, es su perdición. El alcohol, aceptado, buscado aún después de las graves hospitalizaciones, es su máscara social. Sus poemas, como obras concretas, tienden a perder categoría, tienden a la dispersión, a extraviarse en servilletas y papeles descuidados; muchos de ellos son recogidos por su mujer y por sus amigos más fieles. Sus preferencias intelectuales giran sin cesar, obviamente, en sus recuerdos, en sus nostalgias, en los paneles del lar. Quienes han tenido visiones semejantes, pasan a ser hermanos de sentimientos, como los poetas románticos alemanes, y Esenin, Trakl, Milosz, Francis Jammes, Eliseo Diego. Es, al término de su vida, incapaz de organizar sus textos y preocuparse de nuevas ediciones. Llegan los premios. Todo le es dado como a un príncipe de ensueños. La muerte no significa nada. Pero llega.

En verdad, las huellas sobre el barro llevarán al encuentro del carruaje. Por eso hemos dicho que la “nostalgia del Paraíso Perdido”, es, en Jorge Teillier, un mundo interior enrarecido, no ingenuo. Pero lo hace perdurable su belleza y el encuentro con esa vasija enfermiza que todos llevamos adentro de una forma u otra. Lo absolutamente opuesto son las poesías anti-románticas del siglo XIX (Rimbaud, Mallarmé, Lautréamont) y sus derivados posteriores, especialmente el surrealismo, pero siempre está la vasija..
En resumen, los caudales sicológicos del poeta Jorge Teillier son profundas corrientes.

Del Cap. 6ª del libro "JORGE TEILLIER. ARQUITECTURA DEL ESCRITOR",de Hernán Ortega P.
(Disponible para terceros citando el libro y su autor. 16.01.09)

Saturday, April 14, 2007

Para adquirir este libro: comuníquese a través del correo ortegap1932@gmail.com

JORGE TEILLIER Y LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA (Del Capítulo 6 "Jorge Teillier. Arquitectura del escritor" (Lom 2004, Stgo.)


TEILLIER Y LA SOCIEDAD CONTEMPORANEA

"Vida eterna posee solamente
lo que nunca ha existido"
(Wilhelm Stekel,sicoanalista)

No hay ubicuidad en la posición de este poeta dentro de la sociedad que lo rodea. Menos, por cierto, en los planos donde se desliza su juventud pensante. Toda su conducta y su modo de indagar y aceptar el mundo son directos, sencillos, ingenuos en el mejor sentido. El es, inexorablemente, un producto de la ilustrada clase media chilena: en su forma de vivir, acertada o no, en su mirada límpida hacia el segmento obrero indefenso, en su contemplación afectuosa pero distante de los pueblos aborígenes y, por último, en la aceptación tácita de las reducidas capas de poder económico y político. Sus ambiciones están dentro de sí: allí se siembran, florecen y mueren. Sin embargo, al interior de su nivel, Jorge Teillier es una excepción en cuanto a idealismo, espiritualidad y consecuencia.
Desde sus inicios en la vida activa como estudiante universitario y como ser independiente, él acepta el orden tolerable de los sistemas democráticos : toma las opciones de estudio, desarrolla sus inclinaciones literarias, accede a la carrera elegida, intenta seguirla y luego, rápidamente, gracias a sus contactos intelectuales, ingresa como funcionario a la Universidad de Chile. Se trata de un trabajo administrativo-creativo, justo cuando esta respetable Casa potencia la Edad de Oro del Siglo XX de la cultura nacional. Grandes rectores, profesores, intelectuales y artistas se han acogido dentro de su amplio espíritu humanista. La Universidad, a secas, es el Estado librepensador. Es el Estado que ha fortalecido a la clase media. O, al revés, es la clase media que recibió en sus manos las firmes herramientas del carácter y el conocimiento para que cada uno de sus miembros pudiera mostrar que era persona, que era alguien. Y esto es materia que no pueden percibir las generaciones de fines de siglo, menos las del XXI, porque ya todo les ha sido dado y este bagaje sociocultural se incorporó en su sicología y memoria colectivas. Es evidente que a partir del año 70 la clase media es sobrepasada por un movimiento eufórico, combativo, elevado por la demagogia y, honestamente, no preparado para el uso de un poder dogmático y efectivo. Lo que sucede a fines del 1973 termina de liquidar la potencialidad organizadora y creativa de esta clase pequeño burguesa; es rebajada sin esperanzas y abatida junto a sus ideales humanistas, dentro de los cuales ella creció. Para apuntar algo rápido: los talleres literarios son suprimidos en los liceos porque las incipientes y cristalinas obras reflejan el dolor y la impotencia derivados de hechos trágicos que se van desatando por doquier y que entumecen los hogares. Aparece, o crece, una élite triunfalista que acomoda los recursos económicos, materiales y humanos a lo que ellos mismos denominan eufemísticamente “reconstrucción”; pero las clases trabajadoras son oprimidas por la fuerza y no reciben posibilidades de trabajo, hecho que se agrava porque la educación y la salud se mercantilizan. La clase media sufre igual opresión, duplicada por la falta de comunicación y de representatividad propias. El destino de miles y miles de ciudadanos forja la diáspora que empobrece aún más la energía que solicita la autoreconstrucción moral y material del país. A consecuencia de estos males, la familia chilena –pequeño y noble átomo- está trizada a finales de siglo, lista para ser incorporada a una nueva sociedad globalizante en término de intereses que nadie comprende y que tampoco parece ser justa. Al acercarse el 2000, este pueblo ha sido víctima del “crack”, quedándose con más de treinta años de atraso. El aislamiento, que prefiguraba nuestra propia ideosincracia y que asimilaba lentamente el símbolo humanista de una nueva Europa, fue exacerbado por la implantación de nuevas alambradas en nuestras fronteras, debilitándonos como país hasta un grado desconocido pero que se paga después. Por allí se ahonda nuestro desnivel tercer mundista; peor, como si el siglo XX no hubiera existido, como si del XIX hubiésemos saltado al XXI, y aquí estamos, individualmente solos, tal como lo estuvo Jorge Teillier.

A los 61 años de atormentada vida el poeta se va. Es que fue un producto indefenso en medio del cambio profundo que experimentó la tribu. Y no pudo –o no quiso- sobreponerse. ¿Para qué? El lar de su infancia, destruído; sus padres, en el exilio; sus hijos, en Perú; la Universidad de Chile, desmembrada, torturada en el potro para restarle opciones de pensar y actuar distinto a las nuevas generaciones de profesionales (la dictadura prohibió el estudio de la sociología y cabe la pregunta: ¿se sabrá algún día quién aconsejó esta brillante idea?); medios de comunicación, ahogados y otros reducidos al poder en base al chantaje económico. Todos, en silencio, aceptan el destino: el grupo dominante, que ha recibido con escaso pago gran parte del patrimonio del Fisco, crea una alta burguesía que vive a todo esplendor en contraste con la antigua clase media reducida ya por la cesantía y otros fantasmas como el de la edad que avanza y la hace inútil para nuevos sueños. Teillier no quiso salir del país y recibir en el extranjero los mismos favores que recibían otros escritores. Teillier era objeto de una misión de sacrificio no impuesta por nadie, ni siquiera por su conciencia. Teillier es el paradigma del intelectual chileno quemado como un árbol pese a su enorme lucidez e inteligencia. Encapsula su nostalgia, el amor a su tierra, el amor a su gente. El único brasero está en los jóvenes del 1990 que columbran una libertad ya mítica. Jorge la personifica. Para ellos, la poesía lárico es el fuego que intentan mantener en sus corazones, ya sea en la lectura de un verso o en el mediotono de un discurso nocturno que no puede herir a nadie; el poeta, en fin, es la silueta de un ser representativo que deja de respirar justamente con él, con Jorge Teillier, el que ahora es un ser inexistente junto a otras sombras sin rostro que se van borrando con lentitud de la memoria. Desaparece en la nada aquella mesa llena de copas semivacías, de ceniceros, de servilletas que registraban algún nombre de mujer o la sinuosidad de un verso naciente, y las palabras y los silencios en el corazón de una nube de tabaco quemado. En este sentido, Jorge Teillier es la gran figura central (graffitti de aquello que dijo sin pretenciones engoladas: “Algún día seré leyenda”, y estando a punto de rendirse físicamente) de la literatura chilena en la agonía de un milenio. Teófilo Cid, Armando Rubio, Rolando Cárdenas, Rodrigo Lira, otros, sucumbieron antes de tiempo, haciendo incompletas sus obras, haciendo casi inútiles sus sembradíos.
Dadas las cosas bajo ese lente, es posible comprender la falta de autoestima en el modo de vivir del poeta lautarino. Pero, también su fortaleza. Reservó todo su valor para la poesía vislumbrando que, sólo al permanecer con ella, dejaría una herencia, un referente espiritual compensatorio a sus hijos, a sus amigos, a todos quienes le quisieron, esos que leyeron detenidamente su obra y la muchedumbre que lo amará en el futuro.

Tal como se dijo en las Meditaciones Preliminares, Jorge Teillier es el fruto del liceo y de la universidad forjados con paciencia y ternura a la medida de nuestra nacionalidad y que ahora no existe. “Sólo se canta lo que se pierde”, decía Antonio Machado (1875-1939), pensando en sí y en algún joven lejano que tomaría la misma trágica cuerda.
“Para un pueblo fantasma” ( Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1978). Ese pueblo no es el caserío del sur. Son las ánimas que pueblan un territorio. Es la evocación del mundo de Juan Rulfo donde todas las voces son de los muertos.

Estas palabras quieren ser
un puñado de cerezas,
un susurro -¿para quién?-
entre una y otra oscuridad.”

Con “Estas Palabras”, Jorge Teillier inicia los textos poéticos de la primera sección de este libro, que en sí enjuga la tragedia de un pueblo y el destino incierto del poeta que lo identifica. La tragedia de Pedro Páramo está en “El viento de los locos”, “Quien ha estado aquí” y otros poemas. El desolado drama de su alma no se expresa con aullidos ni explosiones teatrales, como han hecho otros autores en el verso y en la narrativa nacionales después del Golpe. Con Rulfo, la poética de Teillier es al silencio, a la fuga, al susurro, a la contemplación de su propia vagancia en un mundo derruido.

Es difícil acostumbrarse a la idea de que todo aquel pequeño mundo aburguesado que se añora es una materia reducida a cenizas en un tiempo relativamente breve del siglo XX.¿Se puede aceptar ese concepto así como al desgaire? ¿O aquella orgánica trasciende de un pasado, se reformula secretamente y derramará luz en el futuro? Pensamos en las generaciones actuales, que si pueden ser capaces de cristalizar una nostalgia. Pocas esperanzas se tornan posibles debido a la estrechez de nuestra cultura reflexiva, a la destrucción de nuestra identidad, al escaso poder anímico para ir más al fondo de las líneas que ha dejado un escritor bien amado. Y la nueva alienación, tal vez positiva, de la informática y de las comunicaciones, éstas del siglo XXI, ya desplegadas en su cuna. Contra el poderío de las computadoras que someten al mundo a un nuevo feudalismo, está el códice imperecible de la poesía en cualquiera de sus formas; es la sutil esperanza del espíritu. “Vida eterna posee solamente lo que nunca ha existido”. No lo dice un místico profano. Es un sicoanalista que no tiene más camino, para expresarse, que la poetización del sentido trágico de la creación y de los sueños, transformándose él mismo en un vidente, en el poeta.







Thursday, December 21, 2006

El autor

HONRARÁS A JORGE TEILLIER
n. 24.06.35 Lautaro
m.22.04.96 Gustavo Fricke

En www.granvalparaiso.cl, escribió el periodista y Magister en Literatura, Omar Davison (04.07.05) una excelente nota " No mitificarás a J.T.":
Habla de la poesía del lar y pregunta:
"¿Qué nos deja Teillier? Una ética que enseña que vida y poesía establecen secretas comunicaciones."
"Gonzalo Rojas escribió una vez: "Lo que pasa con el gran lárico es que nació muerto de sed, y no la ha saciado".
(No es el primer exabrupto, o la primera idiotez que le escucho a este gran solicitador de premios. Cuando en su plena juventud quiso integrarse a la Mandrágora, este grupo no lo aceptó (aceptó en cambio a ese alfil y enorme poeta llamado Eduardo Anguita) porque lo hizo en forma arribista, quiso subirse a un carro que iba lanzado en una dirección ética-literaria-política muy bien definida. Y años después, Gonzalo Rojas habló pestes del surrealismo y se refirió en mala forma de Enrique Gómez-Correa, en circunstancia que éste había recibida una carta empalagosa de pleitesía y me la mostró)
Ana María Larraín y Totó Romero han dicho que J.T. es un "eterno perdedor".
Pero después, Omar Davison, vuelve a preguntar: "¿Qué nos dejó Teillier? Una palabra henchida de grandielocuencia, de gestos y lugares ampulosos. Una poesía cargada de una batería de ideologías, de proclamas rupturistas, de programas y manifiestos dogmáticos inamovibles, y eso, a esta altura, ciertamente se agradece (una buena pedagogía para ciertos poetas actuales...)".
Las tesis universitarias sobre su obra siguen apareciendo.
"Mitificar a Teillier es fácil y hasta seductor" En el sentido de mitificar al "poeta maldito" sin colocar en primer plano su bellísima obra.
"Un día seremos leyenda".

POESÍA LÁRICA
Carmina Burana, es una recopilación de canciones latinas de la baja Edad Media, efectuada por un clérigo alemán del siglo XIII. No es el nombre de un personaje. "Carmina" es "canción" en latín. Los textos fueron encontrados en el monasterio de Beuren (Burana).
Textos diferentes a la poesía clásica latina. Porque estos poetas nómadas eran clérigos o estudiantes de vida desordenada, que escribían en latín.
Son poemas libres sobre el amor erótico, sátiras políticas, crítica religiosa y canciones de tabernas. Una es famosa y empieza: "Me he propuesto vivir en la taberna". Esos poetas eran los goliardos.
Más transparentes son los trovadores de las cortes francas del siglo XI y XII. Su influencia se extendió hacia el sur de Francia y hacia Inglaterra, dando origen a épicas de héroes y batallas. Como asimismo de adular mujeres importantes. La corte de Alienor de Poitier, fue justamente el epicentro que dio prestigio a la trova.
Rousseau (siglo 18) orienta por primera vez el decir poético dejando de manifiesto el yo. De ahí para adelante todo cambia. Y advienen los románticos alemanes.
En efecto, la poesía lárica evidencia la raíz intimista, foco personalizado del yo. La escuela Teillier tiene que ver con un mundo del pasado lejano o cercano.

CARACTERISTICAS DE SU POESÍA
Rechazo las imputaciones de influencias de otros como Esenin, Trakl, Eliseo Diego, y Milosz.
Su ensayo "Los poetas de los lares" (1965) menciona: Efraín Barquero, Rolando Cárdenas, Pablo Guíñez, Alberto Rubio, Alfonso Calderón. Nuevos láricos: Braulio Arenas y Teófilo Cid (surr.). "Los poetas nuevos han regresado a la tierra".
Son las imágenes (esbozadas como en una acuarela fina). Es el verso libre pero controlado por una inteligencia ajustada.
Casi con la técnica surrealista. Es decir, el inconsciente controlado por la inteligencia. Escribía desarrollando diez o más versiones de cada poema, para elegir el mejor.
Pero, vislumbro algo que tiene relación con su propia voz: de tono bajo, mesurado, como si estuviera degustando unas homelettes o un bife con salsa de champiñones. Es decir, había algo en el paladar de Jorge que se transmitía con su hablar y su escritura. La imaginación también tiene una sintaxis.
Ese paladar está presente en las imágenes que afluían a su escritura y que le otorgan a ella un sabor especial, agradable, con ganas de repetirse:

1952: "Voy con calmado paso reuniendo campanarios
de blanduras celestes cayendo sobre el pueblo."
1961: "El verano tenderá sus manteles en el suelo
para que dispongamos nuestras provisiones
y tú seguirás bella
como la canción El Vino de Mediodía
que el loco tocaba en la leñera."
1968: "Vuelo blanco
de una mariposa que muere
entre habas nuevas."

Es un sibarita. Un goloso de la palabra y de las imágenes.
Dejo a los académicos que se aburran buscando significantes imposibles.


ÉTICA
El poeta rompe su círculo social. Altera el orden de los intereses del hombre común. Va más allá, hacia la poesía. Y nunca cambiará esa decisión.
Jamás buscó el premio (a diferencia de otros como Gonzalo Rojas), tal como lo hiciera Gómez-Correa.

En 1962 él dice: "La verdad es que desconfío mucho de lo que he escrito".
Ya había escrito "Para Angeles y Gorriones" (1956), "el cielo cae con las hojas", "El árbol de la memoria", "Poemas del país de nunca jamás".
A partir de 1973, con todo perdido (hogar, padres, hijos) se encierra en el bar.
Pero no cierra los ojos. Porque la mesa del bar es su alfombra mágica que lo mantiene con la esperanza.

PSICOLOGÍA DEL POETA
Para mí: biografía – factor psicológico – identidad de la obra.
Todo escritor escribe sobre lo que conoce.
Como en muchos casos, la muerte recibida bajo el techo que lo ampara, produce una marca psicológica a veces imposible de eludir.
Es el caso de J.T.
Sufre una depresión endémica que se demuestra en sus primeros versos y prosas.
El auge del poeta se manifiesta cuando es dueño de Orfeo y del Boletín de la Universidad. Es persona, se le respeta, se le quiere. Él no ataca a nadie.
El 11 de septiembre de 1973, marca un T. del ayer (el de los vinos alegres) y de un presente sin horizontes y ciertamente mudo para él (los vinos tristes).

¿POR QUÉ MI INTERÉS POR J.T.?
Mahfúd Massis, Alberto Romero, Alone, María Flora Yáñez, Humberto Díaz-Casanueva, Enrique Gómez-Correa, ¿por qué escriben, por qué se decidieron por la literatura? Etc.
Claudio Solar (Nostradamus), promotor de la obra teilleriana, dice que Jorge, liceano de Victoria, cuando conoció la obra de Rimbaud, dijo con decisión "Yo quiero ser Rimbaud" (poeta maldito, renovador imponderable de la poesía).
Si T. estuvo satisfecho con que los poetas nuevos regresaran a la tierra, ¿qué pasa con los actuales, de última onda, que de citadinos sólo tienen un lenguaje seco y pobre?
Ver "Arquitectura del Escritor" como bisturí para entrar en su obra, su vida y su alma.

HERNAN ORTEGA PARADA

Tuesday, January 03, 2006

JORGE TEILLIER, POETA
Sin duda, un gran poeta, pero un fenómeno especial ronda su obra y su recuerdo. Se dice que es amado por los jóvenes, ¿y qué pasa con los "viejos"? A Jorge no se le dio el Premio Nacional de Literatura. Y existen escasos estudios o ensayos respecto de su obra. Hay algunos libros que registran conversaciones publicadas en periódicos y revistas, pero ninguno dedicado en su totalidad a su persona...salvo "JORGE TEILLIER, ARQUITECTURA DEL ESCRITOR", publicado en Santiago de Chile en 2005 por Hernán Ortega Parada. En esta obra se han rescatado poemas juveniles de Teillier y se analizan diversos aspectos de su personalidad, como por ejemplo "Teillier y la sociedad contemporánea", "Teillier y su caudal sicológico", y se incluyen, además, testimonios de personas muy relacionadas a él, como su hijo Sebastián, etc. Pero, la pregunta pertinente es: ¿Qué trascendencia tiene su obra literaria?